DAVID G. TORRES

El malentendido del arte

en Bonart, mayo - junio - julio 2015

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- Explícanos qué estás viendo -demanda una periodista armada con micrófono y auriculares a una señora en el centro de arte. Su respuesta se retransmite en directo a través de las ondas de radio en un programa juvenil de difusión matinal. Y la señora explica con sorprendente precisión lo que ve: una estructura de vidrio semejante a un mobiliario urbano moderno, con los cristales rallados como en un acto vandálico y unas bolsas de gusanitos de queso industriales dejadas por ahí, con los gusanitos tirados en el suelo inundando la sala de un penetrante olor a queso y plástico.

Es entonces, cuando a pesar de la precisión, la periodista insiste:

- Y ¿ha entendido algo?

- No -responde la señora

¿Cómo que no? ¡Lo ha entendido todo! ¿Acaso no lo acaba de explicar con precisión? ¿A cuento de qué esa insistencia en el significado? En todo caso, le faltaban algunas claves como saber exactamente qué está escrito en los vidrios: pero ese sería un problema de vista o de desconocimiento, pero no de entendimiento. ¿No será que lo que entiende es su pregunta?

Efectivamente, la última pregunta de la periodista sobraba… Pero volvía a sembrar una duda sobre el valor de lo que se esta viendo, insistiendo en la supuesta retorcida complejidad del arte contemporáneo cuando, en realidad, no es así. No sucede en ningún otro lugar de la cultura. Por ejemplo, tras ver una película, una obra de teatro o acabar un libro si a algún espectador o lector se le piden explicaciones sobre lo visto o leído, nunca se le preguntará más tarde si lo ha entendido. Seguramente el espectador o lector se ofendería y respondería si acaso no se lo la explicado ya. En todo caso, la última pregunta tendría que ver con si le ha gustado o no. Y eso ya es otro tema.

Sin embargo, frente al arte contemporáneo está instalada esa rara idea del significado y la significación, cuando una de las bases de las prácticas artísticas y, por extensión, de las prácticas culturales tienen que ver con la literalidad. La descripción precisa de lo que hay da todas las calves de un posible contenido. O mejor, y para ser más fieles tanto a Deleuze (no hay más profundidad que la superficie) como a Warhol (“si quiere saber algo más de mi, fíjese en mi superficie”), que el contenido está en la superficie. A partir de ahí es donde es posible empezar a hablar discutir y pensar. Y, por ejemplo, recuperar el ejercicio histórico de que las obras y los artistas no están ahí para que seamos fieles a sus significados ocultos, sino que basta ser fieles a su superficie. Es decir, no serlo en absoluto y así los podremos usar para establecer nuevos discursos y narrativas.

Quizás ese sería un buen punto para que periodistas y medios empezasen a trabajar y así quitar algunos prejuicios sobre el arte y su dificultad, enrevesamiento o significados ocultos. Olvidar de una vez por todas a Umberto Eco y su “Obra abierta” y rescatar del olvido a Susan Sontag y “Contra la interpretación”. Porque, por otra parte, ¿a quien se lo ocurrió alguna vez que alguien no quiera dejar claras sus intenciones? o ¿quién no quiere dejar claro lo que quiere decir? Hoy en día, los discursos esquivos y polisémicos solo son usados por los políticos para sembrar más confusión y, sobre todo, no mojarse. Yo, por mi parte, no quiero que nadie me malentienda.


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