DAVID G. TORRES

Ramoneda, también

en Bonart, núm. 136, febrero 2011

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El último libro de Josep Ramoneda es un manifiesto “Contra la indiferencia”, a favor del compromiso y el pensamiento crítico. Sin embargo, de nuevo, el arte contemporáneo pasa por sus páginas con indiferencia.

Josep Ramoneda es un gran analista político. Intento no perderme sus columnas los domingos en El País. No hay muchos que hagan gala de un pensamiento resistente, desde la izquierda y que sepa mantener una distancia, como si hablase desde una conciencia histórica. Acabo de leer su último libro: “Contra la indiferencia” en Galaxia Gutenberg. No puedo estar más de acuerdo con su tesis: la necesidad de recuperar una razón crítica frente a lo que llama el totalitarismo de la indiferencia. Es una llamada al compromiso, también a la duda, al escepticismo, la resistencia, el cuestionamiento constante e incluso la acción. Sí, son los referentes de un pensamiento que se quiera crítico, en definitiva son los referentes del pensamiento (de ahí el anclaje de Ramoneda en la razón ilustrada) y deberían de ser los de cualquier práctica cultural.

Lejos de querer que las prácticas artísticas y culturales sean autocontemplativas y, menos, decorativas, hay un punto común entre distintos creadores que tiene que ver con la creencia en la recuperación de ese pensamiento crítico. Frente a la indiferencia, frente al barrido generalista y la uniformidad en la que vivimos parece, hoy, de nuevo, imprescindible. Como dice Ramoneda las teorías del fin de la historia, fuente de una ideología uniformadora que abona el campo a la indiferencia, han sido desbaratadas por la misma historia que reclama compromiso.

Sin embargo, en “Contra la indiferencia” sorprende el barrido generalista y poco preciso con el que se despacha cada vez que toca la cuestión del arte contemporáneo. Son los argumentos habituales que otros (desde Vicente Verdú a Muñoz Molina) acostumbran a plantear: que si es rehén del mercado, que si está hecho de caprichos de comisarios (reducir la Documenta de Kassel a que es fruto del capricho del comisario de turno es mucho reducir) o que si ha perdido la relación con la belleza. Esas generalizaciones sorprenden en un proyecto ensayístico que intenta en todas las cuestiones sociales y políticas separar el grano de la paja. Sí, es cierto que el arte es dependiente del mercado, pero lo es en la misma medida que otras producciones culturales, así que lo que sería interesante, más allá de solicitar una idea romántica del artista aislado (y pobre), es ver como algunos creadores o grupos son capaces de navegar entre esas aguas. Sí, es cierto que el comisariado ha tenido que ver con el capricho, pero lo que sería interesante es saber que pecados o virtudes tiene la práctica curatorial (al fin y al cabo el CCCB, la institución que dirige Ramoneda, también contrata comisarios). Y, no, si el arte como producción cultural participa del pensamiento crítico su refugio no puede ser la búsqueda de la belleza.

De todo ello se destilan una pregunta y una reflexión. La primera: ¿será posible que el arte contemporáneo no se vea constantemente reducido a lugares comunes en textos y ensayos relevantes en otros aspectos?. Y la segunda tiene que ver con la misma naturaleza del ensayo como género: la necesidad de precisión, de no caer en la generalidad es un imperativo de ese pensamiento crítico, porque señala el dónde y explica el porqué, delimita diferencias y, así, esquiva esa indiferencia que provoca un barrido sin más.


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