DAVID G. TORRES

Concha Prada

en Lápiz, 136, Madrid, octubre 1997

Versión para imprimir de este documento Enviar la referencia de este documento por email title=

Galería Antonio de Barnola (Barcelona)

A Francis Bacon le preguntaron en repetidas ocasiones porqué siempre pintaba habitaciones con una sola bombilla o con un cuerpo retorciéndose en una cama; él respondía diciendo que es en las habitaciones donde transcurren nuestras vidas: en una habitación nacemos, copulamos, defecamos y morimos. Son los lugares en los que los seres humanos habitamos, vivimos y nos encontramos a solas con nuestra existencia. En el enfrentamiento con nuestros desperdicios e inmundicia cotidiana encontramos la identidad; una identidad compartida y privada al mismo tiempo. Así parecía entender y representar la existencia Francis Bacon en sus crueles imágenes y, también, así parece entenderlo Concha Prada en su serie "Basuras domésticas".

Escenas en las que una mano aparta un pelo caído entre los fideos de un plato de sopa, recoge trozos de porquería que atascan el desagüe de un fregadero o arranca el entresijo de pelos, polvo y suciedad que se quedan pegados en la escoba. Concha Prada demuestra que no son necesarios grandes discursos para encontrar la supuestamente perdida identidad del hombre occidental, que ésta está en leves gestos inevitables que cotidianamente efectuamos. Frente a la higiene, lo pulido y lo diseñado que abarrota nuestras ciudades y casas, "basuras domésticas" nos enfrenta a un espejo del cual no podemos escapar. Son obras crueles porque nos cercan, nos delatan y nos autorretratan en aquello que siempre escondemos pero que certifica nuestra identidad: las uñas cortadas o pedazos de mierda pegados al inodoro y que hay que limpiar con una escobilla. Acciones que en su nimiedad, en su casi pasar desapercibido pueden ser de máxima importancia: al fin y al cabo lo que puede hacernos más dolorosa la convivencia son los pelos en la ducha y los botes de champú abiertos.

Variantes mínimas, sucias y mezquinas de una premisa antropológica según la cual nunca estamos solos sino que siempre en cada uno de nuestros actos privados está toda la sociedad mirándonos. "Basuras domésticas" son autorretratos cotidianos de Concha Prada y son crueles no porque ella se muestra sino porque nos muestra. Dice lo que ocultamos, enseña lo que no hay que enseñar.

Y lo enseña en cuidadas y extremadamente bellas fotografías en blanco y negro. Así, como también había hecho Francis Bacon en pintura, explota el límite entre lo bello y lo horrible. Muestra aquello que en principio rechazamos de nosotros mismos en unas imágenes que en absoluto podemos rechazar, porque se imponen por su belleza. Con ello la crueldad queda multiplicada y la transgresión de lo que no hay que decir aumentada. Al mismo tiempo, ese límite entre lo bello y lo horrible se desdobla para reproducir una estrategia que afecta al devenir mismo de la obra de arte. En definitiva, esos gestos mínimos al borde de lo patético elevados a una máxima trascendencia que Concha Prada retrata en sus fotografías, muestran el mismo abismo al que toda obra contemporánea se enfrenta al habitar en un desliz entre lo patético, lo vacuo o lo ridículo y lo imprescindible, lleno de contenido e intenciones de, por ejemplo, un urinario expuesto en un museo.

Sin embargo, tal vez el reto que Concha Prada se ha impuesto en esta serie era demasiado difícil y, así, no todas las imágenes que nos ofrece son de la misma categoría o no todas muestran la misma intensidad. Siempre se trata de escenas domésticas y cotidianas pero entre unas y otras hay diferentes gradaciones que van desde lo obvio, sin caer nunca en la fácil moda de lo directa e intencionadamente obsceno, grotesco o pornográfico, a la profundización en ese terreno limítrofe de lo casi inaprehensible y volátil que corresponde al resto último de las acciones humanas. Es decir, hay una diferencia cualitativa entre una mano que limpia un ventana o se asea el culo con papel higiénico y la misma mano recogiendo restos de comida del desagüe. En el primer y segundo caso se trata de una simple acción cotidiana, todo lo sucia que se quiera, pero obvia y que no está al final de una cadena de hechos y de restos, mientras que en el último sí que se da esa trascendencia en lo mínimo que retrata la suciedad final de la que no nos podemos librar. El reto era difícil porque aunque nos sean imprescindibles no es fácil encontrar aquellos gestos inevitables y últimos que en el extremo caracterizan nuestra existencia y que, en términos generales, hacen de "Basuras domésticas" una espléndida serie.


Creative Commons License

Espacio privado | SPIP