DAVID G. TORRES

Duchamp sudado

en Bonart, agosto - septiembre - octubre 2015

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Se supone que Duchamp detestaba el sol y el calor. Por ello destinó parte de su tiempo en Cadaqués a intentar fabricar una sombrilla que se moviese con el sol. No lo consiguió. En algunas de las fotos en las que aparece en Cadaqués en verano leva un gran sombrero de paja. A Teeny sí le gustaba el calor, la luz del Mediterráneo y tomar el sol. Es curioso como el mito de Duchamp elegante queda literalmente derretido en la imagen de ese señor francés que intenta esconderse del sol con un sombrero de paja y esquivar el calor con pantalones cortos. El calor es más extremo que el frío porque siempre nos devuelve una imagen más patética de nosotros mismos, como si el cuerpo marcase su ley: cuerpos bronceados, sudados, resguardándose, músculos, barriga, sexualidad e indiferencia.

El verano me hace pensar en Duchamp. Quizás por contraste: el artista de la idea frente al sudor, la piel, la carne y el cuerpo. O, justamente por ello, porque la imagen bordeando el ridículo del señor flaco y blanquito bajo un sombrero es la que más habla de esa búsqueda sensual y sexual de su trabajo y pensamiento. También recuerdo a Duchamp en verano por motivos personales. Hace ya muchos años en verano acabé un pequeño ensayo (nunca publicado) sobre las raíces literarias de Duchamp; algo del sudor del calor quedó en él. Y es inevitable algún paseo por Cadaqués mirando de reojo los lugares duchampianos. O una visita a la cascada de les Escaules replicando la foto con Man Ray.

De camino a Cadaqués, viendo la cordillera de Sant Pere de Rodes recuerdo otras fotos: las de Dalí, Gala, Duchamp y Tenny en pleno paseo campestre. Los dos artistas que de alguna manera para mi afirman la idea del artista como individuo urbano, alejados de las imágenes ligadas a las fiestas glamourosas, de los rascacielos, del apartamento minúsculo en París o Manhattan, sino en plena excursión. Siempre me he preguntado de qué demonios hablarían y he tenido la sospecha que esas conversaciones nos desvelarían la complejidad de un Duchamp mucho más corpóreo y banal y un Dalí más sofisticado (de eso va también el pabellón de España en Venecia de Martí Manen). Al fin y al cabo fue Dalí quien descubrió Cadaqués a Duchamp…

Duchamp se ha convertido en un asunto casi de exégetas que, paradógicamente, acaban convirtiéndolo en una especie de santo asexuado. Sin embargo, siempre aparecen nuevas pistas. La última, que desconocía, tiene que ver con el calor, o con devolver una imagen sexual y carnal de Duchamp. Me la explicó Cuauhtémoc Medina, al que se la explicó Arturo Schwarz. Contaba que en los años sesenta daba una conferencia en la que hablaba de las primeras pinturas como “Jeune Homme et jeune fille dans le Printemps”, con dos jóvenes desnudos en el campo, o el “Readymade Malheureux”, regalo de bodas desgraciado y autodestruíble que regaló a su hermana cuando se casó. Schwarz seguía y llegaba hasta el Grand Verre para acabar afirmando que toda la obra de Duchamp partía de una relación incestuosa con su hermana. Mientras, al fondo de la sala y entre los aplausos del público, Marcel también aplaudía discretamente y sonreía con ironía.


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