DAVID G. TORRES

Rafel G. Bianchi: "La bandera en la cima"

En el CGAC del 30 de marzo al 24 de junio de 2012

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CGAC del 30 de marzo al 24 de junio de 2012


El artista que quiso pintar los catorce ochomiles

En 2007 Rafel G. Bianchi decidió pintar las catorce montañas más altas del mundo, las que tienen más de ochomil metros de altitud, lo que en el mundo del alpinismo se conoce como los catorce ochomiles. Ha tardado casi cinco años en acabar las catorce pinturas. Lo que muestra en el proyecto de “La bandera en la cima” son, además de las pinturas finales, la documentación relativa a su largo proceso de realización. “La bandera en la cima” no es una exaltación del montañismo, sino que quiere manifestar la absurdidad de la figura del artista, del trabajo en arte y por extensión de nuestra condición en el mundo. Y lo hace aplicándose mucho, poniendo esfuerzo y dedicación, sin establecer distancias, insistiendo en llevar a cabo un trabajo que reivindica su propia inutilidad.

La guipuzcoana Edurne Pasaban tardó nueve años en subir, en este caso como escaladora, las mismas catorce montañas, convirtiéndose en la primera mujer que lograba la gesta. Acabó la ascensión de la última, el Shisha Pangma en el Tibet, el 17 de mayo de 2011, en dura competencia con la sudcoreana Oh Eun-Sun que aseguraba haberlo conseguido con anterioridad y ocho meses antes de que Rafel G. Bianchi finalizase sus pinturas. Sin embargo Rafel G. Bianchi no ha tenido competidor, más allá de una pugna consigo mismo por acabar con un trabajo que dista mucho de ser una hazaña. Un trabajo que ha requerido perseverancia y esfuerzo, pero que, igual que la ascensión real, no lleva a ningún lugar. En una ocasión le preguntaron a un alpinista que qué hacía cuando llegaba a la cima: simplemente, miraba al paisaje, echaba una meada y volvía a bajar.

Si la ascensión de los catorce ochomiles requiere de largos desplazamientos hasta distintos países por distintos continentes, Rafel G. Bianchi no se ha movido de su estudio sentado delante de un caballete. Cada cuadro de 117 por 82 centímetros está realizado a partir de una fotografía de cada uno de los ochomiles: pintados en blanco y negro de manera detallista ofrecen un imagen casi fotográfica. El proceso implicaba el trabajo diario de los cuadros por secciones. Después de cada jornada de trabajo el resultado era fotografiado. La suma de todas las fotografías se muestra en “La montaña en la cima” en una sucesión de diapositivas que recorren el progreso de la pintura como si se tratase del progreso de una ascensión. También, diariamente Rafel G. Bianchi realizaba pequeños dibujos en los que como un diagrama anotaba la evolución de los cuadros y que acaban configurando un calendario de la consecución de los objetivos. Una vez acabado, fijaba cada pintura con una veladura en color. El conjunto es un friso con las catorce pinturas cubiertas con veladuras en diferentes colores.

El proyecto “La bandera en la cima” incluye, entonces, los catorce cuadros y también todos los elementos del proceso: el calendario con los dibujos/diagramas de la evolución diaria y las diapositivas que documentan el proceso; documentación sobre alpinismo y el mito de los catorce ochomiles; también una maqueta realizada a partir de la paleta que Rafel G. Bianchi ha utilizado para mezclar los colores (los grises, en realidad) y pintar cada cuadro; o unas películas en super8 realizadas durante la el proceso de ejecución de las pinturas. La implementación del proyecto con la suma de toda esta documentación y los elementos paralelos a las propias pinturas no responde a una cuestión azarosa o casual, sino que suma referentes y estrategias del alpinismo y de la tradición artística. Como se puede comprobar a través de los libros sobre alpinismo incluidos la presentación del proyecto, “La bandera en la cima” reproduce el ánimo documental que ha recorrido la historia del alpinismo: a los diarios de campo y los mapas se corresponderían los dibujos y diagramas del proceso de ejecución de las pinturas; a las fotografías de las montañas y de los alpinistas en ascensión, las diapositivas que muestran la evolución de cada cuadro; o a las películas en super8 de los alpinistas, la película también en super8 de Rafel G. Bianchi encerrado en su estudio. Pero las referencia a los elementos que rodean al alpinismo aparecen perfectamente solapadas a las referencias a la tradición documental del arte conceptual. La documentación en fotografías, vídeos o películas remiten a el carácter documental que rodea los trabajos de artistas que van desde Art&Language, pasando por Hans Hacke, Vito Acconci o Chris Burden, hasta Bas Jan Ader. En concreto, la referencia a este último es especialmente destacada por los elementos de antiheroicidad relacionados con el papel del artista que también presiden el trabajo de Rafel G. Bianchi.

Esta expansión documental del proyecto acaba convirtiendo el objetivo, las catorce pinturas de los ochomiles, en un rastro más, delatando que finalmente tan importante como el objetivo es el propio proceso, el trabajo de llevar a cabo la tarea. La importancia de la documentación y los elementos que rodean la ejecución de las catorce pinturas resalta, acentúa, focaliza o hace hincapié en la tarea del artista.

En 2011, cercano a la finalización de “La bandera en la cima”, Rafel G. Bianchi llevó a cabo un proyecto de naturaleza muy distinta debido a, en este caso, la rapidez en su ejecución. Se trataba de “Quién soy yo. Autoanálisis de inclinaciones y aptitudes”: durante varios días Rafel G. Bianchi completó con esfuerzo y dedicación y bajo el control de una persona que actuaba de notario (David Armengol) el test de personalidad elaborado por William Bernard y Jules Leopold en 1948 para conocer las propias aptitudes psicológicas e intelectuales. Se trataba de un ejercicio que más allá del autoconocimiento implicaba la exposición pública de las propias limitaciones. Así, según el test, si bien el artista era apto para la vida conyugal o era un buen copista, no estaba dotado de creatividad ni de un especial coeficiente intelectual. El test desvelaba públicamente la incapacidad del propio artista para actuar como tal. De hecho “La bandera en la cima” viene a confirmar los datos de “Quién soy yo. Autoanálisis de inclinaciones y aptitudes” en la medida en la que muestra su aptitud, más que para la creatividad, para el trabajo y la copia. Pero, sobre todo, aquello que aparece común en ambos proyectos es la voluntad por ponerse en primer plano como objeto de análisis, desde una perspectiva que busca poner en evidencia cual es su propio papel en el mundo como artista y desde una actitud autoirónica en la que aparece como una especie de bufón. En una escultura de 2005, “No preguntes al ignorante”, Rafel G. Bianchi enfatizaba el aspecto marginal del artista, su cualidad de bufón desde la autoparodia: se trataba de una escultura autorretrato a tamaño real en clave cómica en posición de no entender nada con las orejas rojas.

Sin embargo, en “La bandera en la cima”, más allá de la autoparodia, que aparece de manera más contenida o alusiva, es precisamente el desarrollo de una tarea absurda la que es llevada al límite. En primer lugar, en el empeño con el que ha llevado a cabo una tarea autoimpuesta. Pero, también, en la voluntad por expandir el proyecto, por desplegarlo en los elementos documentales que lo acompañan y en hacerlo, de nuevo, con énfasis, en una especie de bucle. Así, no bastaba con mostrar los dibujos y diagramas del proyecto, con documentarlo fotográficamente o filmarlo. A partir de ahí, el despliegue continua. Andrés Hispano se ha encargado de rodar en Super8, de hacer el montaje y edición de una película del proyecto y Antonio Ortega, también artista, se ha encargado de componer (desde el absoluto desconocimiento musical) una banda sonora para esa misma película. Pero la jugada sigue: la artista Regina Giménez ha hecho el cartel de la película, la banda sonora también tiene su propio cartel realizado por el diseñador gráfico Alex Gifreu y, finalmente, los también diseñadores de La Mosca han hecho el cartel del conjunto del proyecto. “La bandera en la cima” no es sólo un proyecto de Rafel G. Bianchi, sino que en su despliegue han intervenido otros creadores. Y no es sólo el proyecto de pintar los catorce ochomiles con su propio cartel y otros elementos, también es el proyecto de realizar una película, una banda sonora... Todo al servicio de un proyecto que busca delatar su absurdidad.

“La bandera en la cima” muestra al artista como un antihéroe embarcado en un proyecto absurdo. Y al explorar o evidenciar la posición del artista afirmando su propia inutilidad desvela su condición política. Una condición resistente que recoge una tradición de compromiso político del arte basada en su ineficiencia: desde la negativa a la productividad de Marcel Duchamp a el “NO” de origen dadaísta de los situacionistas. Si la tarea del artista está basada en su absurdidad, en su condición de bufón o en su inutilidad es porque se muestra en oposición a un régimen político y económico basado en los resultados, la utilidad y el pragmatismo. De hecho, el compromiso en lo político está presente en el proyecto de Rafel G. Bianchi desde el inicio, de manera irónica, en el título: “La bandera en la cima”. En realidad, el carácter absurdo que recorre todo el proyecto se resume en destacar la acción ridícula de clavar una bandera en la cima de una montaña y se expande hacia la puesta en cuestión o la mofa sobre todas las banderas. Una de las proclamas de los manifiestos dadaístas proponía: “cagar en colores bien combinados y adornar el zoológico artístico con la bandera de todos los consulados”. Frente a la violencia verbal del dadaísmo, Rafel G. Bianchi opone el humor y la ironía.

Si en “Quién soy yo. Autoanálisis de inclinaciones y aptitudes” y “No preguntes al ignorante” aparecía autorretratado, en “La bandera en la cima” no sólo aparece como el protagonista pintor sino que el hecho de pintar montañas tiene que ver con su propio origen: Olot. Esta pequeña ciudad del prepirineo catalán no sólo es conocida por ser la capital de una comarca plagada de montañas y volcanes, también por una escuela pictórica del siglo XX basada en el paisajismo.

Si en la documentación del proyecto las referencias al alpinismo aparecen ligadas a las de la tradición del arte conceptual, la referencia al paisajismo también aparece asociada a la tradición conceptual. Esa reflexión sobre el papel del artista y la reclamación política implícita en la realización de una tarea absurda está marcada por el tedio. El tedio que ha supuesto la reproducción detallista, minuciosa y por fases de las fotografías de los catorce ochomiles implica al mismo tiempo una puesta en primer plano del yo del artista pero desde un vaciado expresionista o pasional, desde el vaciado del gesto del artista que era característico precisamente del paisajismo. Una operación común en muchos artistas que recogen la tradición conceptual: la recuperación de un sujeto que es a la vez implicado y distante.

El pintor flaneur vuelve a encerrase en su estudio y se impone una tarea tan tediosa como absurda. Una tarea de la que muestra todas su fases, que se despliega y abre en diferentes capítulos. En definitiva, que configura una narrativa, un cuento, una pequeña historia que se bifurca atendiendo a diferentes temas: la del artista que quiso pintar los catorce ochomiles.


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