DAVID G. TORRES

‘Ficciones’ Documentales

en Art Press, 304, París, septiembre 2004

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CaixaForum, Fundación “La Caixa”, Barcelona;
9 de marzo a 27 de junio 2004

La visita a la última Documenta (y a otras tantas exposiciones desde entonces) provocaba una sensación de empacho de documentales. Aunque si alguien hubiese tenido la sufriente fe para querer ver todos los vídeos de Kasel no habría tenido tiempo de hacerlo; literalmente, puesto que el tiempo total de los videos expuestos sumaban más que las horas totales de apertura al público. ‘Ficciones’ Documentales ha solventado ese problema de indigestión. En primer lugar, por el dispositivo de exposición: además de 9 instalaciones, en una sala se programan 12 vídeos que también es posible ver individualmente en 3 monitores en los que el espectador puede surfear, y avanzar y retroceder la cinta. El espectador tiene control sobre cuánto, cómo y qué quiere ver. Seguramente, y ahí viene el segundo motivo, porque ‘Ficciones’ Documentales no es simplemente una exposición más inundada de documentales, sino que su propósito es pensar el documental desde el arte contemporáneo y plantear un espacio de cruce entre cineastas y artistas que hacen uso de él.

Además de cuestionar el dispositivo expositivo adecuado para este tipo de trabajos, ‘Ficciones’ Documentales se interroga por la propia noción de documental al ponerlo en correlación con la ficción que enuncia el título. Al considerar el documental como ficción o al anular la separación entre documental y ficción, Marta Gili y Jean-Pierre Rehm, comisarios de la exposición, parten de la premisa de la imposibilidad de establecer discursos de verdad y la imposibilidad de fidelidad y objetividad. El documento es en sí una ficción sobre la realidad, porque hay un sujeto que toma una decisión moral y ética sobre aquello que muestra y lo que no: los minutos de angustia de Avi Mogravi intentando recuperar la conexión telefónica que le unía a un colega palestino en Wait, it’s the soldiers, I have to hang up now; los acontecimientos que rodean el primer año de vida de una niña en el campo de refugiados palestino de Kalandia por Sobhi Al-Zobaldi; la zanja abierta y cerrada mil veces en una calle de San Petersburgo retratada por Victor Kossakovsky; o la crudeza del primer encuentro de Noëlle Pujol con su madre.

Pero al mismo tiempo el documental reintroduce un reto a la noción de autor y la unicidad de la obra de arte. En una conferencia en la que, el crítico de arte mejicano, Ruben Gallo repasaba el trabajo de artistas también mejicanos que usan de alguna manera el documental, acababa preguntándose si no sería que lo interesante no eran los artistas de los que hablaba sino la realidad que retrataban. Como si la realidad retratada, aun no pudiendo ser fiel y objetiva o precisamente por no poder serlo, pasase por encima de conceptos como obra o autor para dirigirse directamente a la interpretación del espectador. Al fin y al cabo, la inquietud de Avi Mogravi frente al teléfono explicita la situación personal con la que se vive el conflicto de la misma manera que las infinitas obras delante de la casa de Victor Kossakovsky retratan la situación caótica de Rusia.

Pero si este tipo de reflexión se produce es porque la exposición bascula propuestas estrictamente documentales con piezas de artistas que usan el documental como estrategia. Anarchitekton (Barcelona, Bucarest, Brasilia) de Jordi Colomer es la documentación de una serie de acciones en las que un personaje recorre ciudades enarbolando grandes maquetas en cartón de los edificios por los que pasa; expresando todas las contradicciones del proyecto moderno, su crisis, su fascinación, la quiebra de un espacio utópico e incluso su celebración. En Women who wear wings de Kutlug Ataman, cuatro mujeres explican los motivos por los que llevan o han llevado peluca. Y quizá la pieza de Kutlug Ataman plantea hasta el extremo el cruce entre arte y documental de la exposición: la contundencia y sequedad de los cuatro documentos, cámara en mano y proyectados uno al lado del otro retratan cuatro realidades personales; al mismo tiempo, desde el travestí, a la enferma de cáncer, pasando por la terrorista o la integrista que cambia el velo por una peluca, se retrata la historia reciente de Turquía. Pero hay un elemento añadido contenido en las historias de esas mujeres precisamente por lo que son y lo que cuentan: como sucede en la pieza de Jordi Colomer, quizá no se trata tanto de reflejar la realidad como de subvertirla.


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