DAVID G. TORRES

Como queremos ser gobernados?

en Bonart, octubre - noviembre 2014

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La aparición de Guanyem Barcelona este verano, más allá de la sorpresa o la conmoción política y posiblemente electoral, ha resituado la discusión política en Catalunya. La iniciativa, de la que Ada Colau es la cara visible, recoge las pulsiones democráticas que recorren la sociedad desde el 15M, que de hecho provienen, con la lección aprendida, de los movimientos antiglobalización a finales de los noventa. El lugar en el que la discusión política se ha resituado es en la necesidad de pensar los modelos democráticos y de participación ciudadana, cosa que afecta obviamente al control del poder y a la independencia (en un sentido muy amplio y profundo) frente a los poderosos. En su versión más pragmática esa discusión llega hasta el proceso soberanista, el 9N y el modelo de estado que queremos. Es un lugar clásico en el independentismo catalán: primero el modelo de estado y luego la independencia o primero la independencia y luego el modelo de estado. En todo caso, Guanyem Barcelona, CUP e Iniciativa parece que retornan a la vieja y pertinente cuestión de ¿cómo queremos ser gobernados?

¡”¿Cómo queremos ser gobernados?”! ¿no era este el título de una exposición en el Macba en 2004 que además pretendía recoger la resaca política anti-globalización? o ¿acaso pensamos que un replanteamiento democrático, que piense nuestra relación con los ámbitos económicos y políticos y que se pregunte sobre nuestra independencia, no tiene nada que ver con el arte? Si es así, sería el fracaso absoluto del arte que desde la vanguardias ha pensado que su papel justamente tenía que ver con repensar nuestra relación con el mundo y ha insistido en su función política.

Y sin embargo, todo apunta a que, en efecto, un proceso de replanteamiento de nuestro sistema político no tiene nada que ver con el ámbito del arte o que el ámbito del arte no entra ni le afectará. Pues es el momento para preguntarnos por ello. Sin duda el arte es uno de los ámbitos de la cultura más anclados en un sistema económico (y por tanto en un régimen político) profundamente reaccionario. El sistema económico del arte no sólo no ha variado estructuralmente desde el siglo XIX (con el sistema artista / galerista y sus versiones / coleccionista y sus versiones) sino que lo poco que ha variado ha evolucionado según los cánones de lo que llamamos el capitalismo en su fase tardía (es decir, más salvaje) auspiciado por las más nefastas políticas neo-conservadoras. Sino basta darse un paseo por la inminente Miami Art Basel o este verano después de ir a Venecia visitar la feria original en Basilea, o en medio ir a ARCO y ver para quien trabajamos, quien compra arte… O ver como las instituciones públicas trabajan en connivencia o al servicio de los poderosos económicamente replicando los modelos de gestión de, por ejemplo, la energía (abajo los paneles solares particulares, arriba Endesa). Hace diez años el Macba preguntaba ¿cómo queremos ser gobernados? Pues sí, esa pregunta cargada de democracia es necesario girarla hacia el propio arte, sus instituciones, sus modelos públicos y privados y su economía política.


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