DAVID G. TORRES

Cuando los apocalípticos son integrados

en Bonart, agosto - septiembre 2014

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En el ámbito del arte en nuestro contexto existe una marcada tendencia hacia lo apocalíptico. Da igual que sean tiempos de crisis o no. Sí, cuando se construían centros de arte, las galerías acudían a ferias con alegría y los artistas encontraban talleres baratos la queja también campaba a sus anchas. Claro, he empezado hablando de apocalipsismo cuando en realidad citaba esa marcada tendencia hacia una queja que no hace más que abonar el campo hacia la mediocridad. También da igual el foro o la circunstancia que se trate, siempre encontramos profesionales del arte dispuestos a desgranar una serie de quejas sin proponer nada. Hay argumentos prototípicos como que la administración no cumple (cierres de centros, recortes presupuestarios); los hay que echan pelotas fuera como que los medios de comunicación no hacen caso (más bien no hacen caso al gusto de todos…); los hay que pegan hacia dentro como que los críticos escribimos mal (pido perdón si es el caso pero como decía el escorpión a la rara, es mi carácter y no puedo evitarlo), que los galeristas sólo se preocupan de su negocio (¿?)… Y así se van perdiendo foros, coloquios, cursos y etc. sin posibilidad de hablar.

Efectivamente, la queja no se plantea tanto como una opción crítica, fruto de un statement o un posicionamiento crítico, sino como una excusa para esquivar el hablar, la posibilidad de decir algo. De ahí que recientemente recuperase la célebre frase de Beuys sobre la sobrevalorización del silencio en Duchamp: “el silencio está sobrevalorado”. Ese silencio cobra formas curiosas que pasan por el no mojarse, no hablar o no poner ideas sobre la mesa. La queja, insisto, aparece como una manera de cobijar esa ausencia de ideas. Y, así en el fondo no hace más que dar más argumentos para la queja constante, porque llena el terreno de vacuidad y lo va secando y secando. Recordando ahora a Becquer y sus pupilas azules: la queja eres tú.

Al final de “El buscavidas”, la fantástica película sobre el billar de Robert Rossen, después de que Paul Newman perdiese contra El Gordo de Minessota, su agente le acusa con rabia de que tenía mil motivos para perder y sólo uno para ganar. En arte y en cultura no se trata de ganar nada, aunque sí de perder. De perder audiencias, por ejemplo cuando se considera que diez personas no son público y sin embargo creo que hay que responder ante cada lector, cada visitante, cada oyente porque se han tomado la molestia de leerte, visitarte u oírte. Sólo por ello me considero un privilegiado. Así que en lugar de buscar mil razones para quejarme, intento buscar un solo motivo para hablar: tener algo que decir. Aunque ese algo, a veces, tenga la forma de queja sobre la queja y corra el peligro de contribuir a esa mediocridad que nos inunda y ahoga.


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