DAVID G. TORRES

El boomerang político

en Bonart, Abril - Mayo 2014

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Una de mis preocupaciones básicas ha sido generar contextos de discusión. Debe de ser porque me gusta discutir, probablemente más en el sentido francés (discuter) cuyo significado está aliado a simplemente hablar, tener una conversación. De hecho, me gusta pensar que el trabajo en cultura está hecho de discusión, que se trata de poner en discusión el trabajo de otros para seguir conversando. En el fondo soy deudor de un enfoque muy kantiano y de aquello de una finalidad sin fin o una finalidad que es un fin en si misma. De ahí también la vocación crítica: la crítica considerada como el lugar en el que se ejerce esa conversación y esa discusión con otros pares. Será kantiano, pero la relación y la conversación entre pares es también muy contemporánea.

En nuestro contexto, esa condición crítica y discutidora del arte y la cultura parecen asumidos e incorporados. Incluso hay una cierta tendencia a la batalla. Desde hace tiempo, muchos en el sector del arte se han mantenido alerta y vigilantes ante las intromisiones políticas y las decisiones administrativas. Lo que ha llevado a que en ocasiones la producción de los trabajadores de la cultura (en cualquiera de sus formatos) se pareciese más a una pelea sindical que a una auténtica práctica cultural, ya no sólo crítica y discutidora, sino también discursiva.

En efecto, es sólo una sospecha o una sensación, pero parece que desde el arte estamos más atentos y prestos a reaccionar ante disputas políticas y administrativas, que a discutir sobre asuntos artísticos y culturales. Podría parecer que sucede así como una manera de mantener las formas y no machacar al colega (al par), es decir, encontrar puntos de apoyo comunes para empezar una guerra contra el ajeno, como si se tratase de una reacción corporativista. Y, sin embargo, justamente las disputas políticas y de orden administrativo son usadas para desacreditar trabajos que ni se discuten ni se debaten ni se cuestionan en términos culturales o artísticos. Es decir, que sí hay disputa, que sí hay crítica, pero sin discusión, y así no genera discurso. Hace tiempo en un artículo ya alertaba de que si el intelectual se dedica a hacer el trabajo del administrador, no le queda tiempo para su auténtico trabajo… Y así las razones políticas (e, insisto, de administración) pasan por encima de las razones culturales, artísticas y personales. Cuando, en base a esa finalidad sin fin que conlleva la discusión crítica como tarea prioritaria del productor cultural, el orden es inverso: la cultura por encima de la coyuntura y por encima de todo ello el individuo. En ese orden es donde el papel de la cultura y del productor cultural deviene absolutamente político. Así, que como un efecto boomerang, probablemente al hacer política estemos perdiendo lo político.


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