DAVID G. TORRES

La crítica como el artista

en Bonart, núm. 163, diciembre 2013 - enero 2014

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“El crítico de arte se expone” era el título de un compendio de artículos sobre crítica de arte que Catherine Millet publicó poco antes de lanzarse a escribir sobre su vida sexual. En una ocasión le pregunté por la relación entre ambos libros y por las referencias que había tenido en mente sobre todo para “La vida sexual de Catherine M.”. No era Barthes, como yo pensaba, sino Melville. Lo he explicado muchas veces, esa relación entre Melville, el autor de “Bartleby, el escribiente” y la tarea crítica me dio la clave para hablar de la crítica como una práctica tullida. Es decir, la escritura crítica como una de las pocas posibilidades de escritura, porque responde a la incapacidad de hacer, a la imposibilidad de hacer y a la imposibilidad de escribir. La crítica como una respuesta posible a la crisis del relato, que frente a la ficción resuelve el hablar de otros, el corta y pega, el ser una actividad vicaria. Es ahí donde he insistido en el paralelo con la práctica artística contemporánea y su origen en la crisis de la representación. La relación entre la crítica y el artista no tendría nada que ver con una supuesta frustración del primero, sino con un origen común y sólo una división administrativa y económica marcaría la distancia entre ambos. Y esa unión tendría que ver con la práctica de la cita y el recorta y pega como estrategias contemporáneas y con la puesta en marcha de un pensamiento crítico.

Pero esa relación también tiene que ver con el carácter expuesto del título del primer libro de la Millet. En efecto, el crítico de arte también se expone. No sólo porque a veces haga de curator y haga exposiciones, sino de una manera menos literal, porque se expone en sus escritos y en sus opiniones. Una exposición abierta a la discusión. Y entonces es cuando comparte otra filiación con el artista, una filiación emocional y vital: su fragilidad y debilidad. Se habla mucho de la crítica como una labor independiente; y la independencia tiene su precio. También se habla del comisariado independiente; y todos sabemos que está más cercano a una multidependencia de todas las instituciones para las que trabaja. Lo mismo le sucede al artista: dependiente de las simpatías que levante entre todos los agentes del arte, caminando con pies de plomo y reivindicando su espacio para respirar. Pero con la conciencia clara de su impresindibilidad y el anhelo de que llega un momento que estará rodeado de aduladores. Pero, ¡pobre crítica!, no puede compartir ni esa conciencia ni ese anhelo. Tampoco levanta simpatías y así su debilidad es extrema. Es una cuestión de carácter, como la fábula que explicaba en una de sus películas Tarantino sobre la rana y el escorpión que quería cruzar el río.

Para rematar, no olvidemos una cuestión de género: siempre es “la” crítica.


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