DAVID G. TORRES

Me encanta la tele

en Bonart, núm. 134, diciembre 2010

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La televisión no está de moda. A pesar de que ahora el panorama artístico barcelonés parezca clamar por lo contrario. Arts Santa Mònica y Macba han programado exposiciones que a su manera pretenden hacerse eco de como el arte (o a veces la cultura, sería bueno que se aclarasen al respecto) ha sido tratado por la televisión y viceversa (sería bueno también que se aclarasen al respecto), también en A*DESK intentamos hacer un evento televisivo en la Fundación Suñol en octubre. Llama la atención que el arte y la cultura giren su mirada a la televisión cuando ella misma se ve como un formato en crisis. Y es curioso que lo haga desde la posición altiva desde el que lo hace.

Aquí valdría el refrán castellano de “cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar”. De hecho eso es lo que está pasando en todos los ámbitos de las industrias culturales (menos en arte). La industria musical, la cinematográfica, la editorial (incluyendo los periódicos) se han visto obligados a repensarse tras comprobar los cambios y los nuevos modos de usos de sus productos por parte de los usuarios. Valga como ejemplo una encuesta realizada por una multinacional de discos entre adolescentes y posibles clientes de sus discos. La discográfica estaba encantada, a los adolescentes les encantaba su música. Y estaban tan encantados que decidieron regalarles todos los cedes que quisiesen. Los adolescentes no cogieron ni uno. ¿Para qué? Ya los conocían, ya tenían su música, ya los escuchaban, e iban a conciertos... Ese es el cambio de uso. Un cambio de uso que afecta a las películas (el 3D es una solución zafia y hollywoodiense para forzar el regreso a las salas de cine), a los libros y a la televisión. Las series son el gran fenómeno, pero casi se estrenan antes on-line que en la tele propiamente dicha: los consumidores de productos televisivos vemos lo que queremos cuando queremos. La solución de Tele5 es tener a Belén Esteban todo el día en tiempo real.

Así que, como le gusta decir a Eduardo Pérez Soler, el arte vuelve a ponerse a la retaguardia: pensar la televisión cuando la televisión como la habíamos visto y consumido hasta hoy ya no existe. No ha sido el zapping el que ha acabado con la publicidad sino el fast-forward, el pinchar aquí, el reproducir esto ahora: ¿cómo hablar de la televisión sin fast-forward?

Pero sobre todo ¿cómo hablar de la televisión buscando evidenciar todo el tiempo que es una mierda? Si no nos gusta ¿para qué hablar de ella? Y es que no es verdad que no guste, la televisión (la forma antigua de verla y la nueva) nos gusta, hemos crecido con ella. ¿Los públicos? En arte hablamos de públicos para hablar de individuos, para diferenciarlos, y no caer en el espejismo del público como algo generalista e uniforme. Y a muchos de esos públicos nos encanta la tele, hemos crecido y aprendido con ella, y seguimos consumiéndola. El APM, el programa de zapping de TV3 que resume lo peor de la televisión, es uno de los líderes de audiencia en Catalunya. Millones de moscas no pueden estar equivocadas: la mierda es buena.


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