DAVID G. TORRES

Vida en Venecia

en Bonart, núm. 116, junio 2009

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Seguramente cuando leas estas líneas la Bienal de Venecia ya estará inaugurada: la exposición general de Daniel Birnbaum con el título “Construir mundos” y la presencia de David Bestue y Marc Vives; el pabellón español con Miquel Barceló; la primera participación de un pabellón catalán, fuera de Il Giardini, en los eventos colaterales comisariado por Valentín Roma; e incluso el pabellón de Murcia. Después de los fastos hace dos años con el Gran Tour por la Bienal de Venecia, Art Bassel, Documenta de Kassel y Proyecto Escultórico de Münster y la tremenda decepción que acarreó, este año, quizás por el calor o el aburrimiento que hemos padecido, parece que volvemos a esperar con cierto entusiasmo el evento artístico más antiguo. Además con representaciones de producciones artísticas del estado español que ya no sólo se concentran en el pabellón español y los pocos afortunados que llegan a la selección oficial de la Bienal. Por cierto, poco hemos hablado en Cataluña del pabellón murciano, posiblemente porque las comparaciones duelen. Murcia que también acogerá la próxima edición de Manifesta, la bienal de jóvenes artistas europeos: ¿cómo un país que se queja siempre de la falta de proyección internacional de sus producciones artísticas es el único que acogerá dos ediciones de Manifesta (la de San Sebastián en 2004 y ahora la de Murcia)? Tal vez es que se ratifica ese estado plural del que tanto habló Zapatero y que tan poco ha aplicado. Lo que si que tendríamos que hacernos mirar es el desfase entre tanta promoción y tanto comisario español colocado en el ámbito internacional y tan poca repercusión de las producciones artísticas propias.

Respecto al pabellón catalán, extremadamente impecable la fórmula que se ha seguido para la elección del comisariado: un jurado que decide sobre proyectos y entrevistas. Un ejemplo que debería cundir no sólo para otras decisiones de calado institucional, sino quedándonos en la propia bienal, para el pabellón español. Un pabellón del que siempre nos llegan oscuras noticias sobre la fórmula que se sigue para la elección de comisario y artista. Por ejemplo, ese rumor que asegura que cada edición de la bienal corre a cargo de una autonomía. De tal manera que de Santiago Sierra se habría hecho cargo Madrid, Cataluña de Muntadas, Galicia del extraño experimento de Samaniego la edición anterior y, ahora, Mallorca con Miquel Barceló.

Volviendo sobre el pabellón catalán, ya que está incluido entre los eventos colaterales de la bienal, podríamos empezar a pensar en algunos efectos colaterales de su puesta en marcha. El primero, si es cierto ese rumor según el cual cada año le toca a una autonomía encargarse del pabellón español, tal y como está la política nacional y dado que ya tenemos un pabellón catalán, por aquí ya podemos irnos olvidando del español (que no olvidemos tiene una gran visibilidad, aunque sólo sea porque está en la entrada de Il Giardini). Quizá por ello, para mostrar el camino a otros, el pabellón catalán ha jugado la carta de la apertura, de la Cataluña plural y abierta. La segunda consideración tendría que ver con si realmente el pabellón catalán tiene que ver con la proyección internacional de la producción artística de aquí o no, en un foro con tan importante visibilidad como Venecia. Lo que tenemos asegurado es el consumo interno (no de Venecia sino de Cataluña); en otras palabras, la repercusión en Cataluña está asegurada. Tal vez no sea casual que el anuncio del proyecto de la presencia de Cataluña en Venecia tuviese lugar durante la feria de Frankfurt (con tremenda metedura de pata de Carod Rovira, deslumbrado por los focos apuntando a la senyera). Cataluña en Frankfurt llenó las páginas de los periódicos catalanes, minutos de televisión en TV3... ¿y en Frankfurt qué?


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