DAVID G. TORRES

El Iva

en Bonart, núm. 112, febrero 2009

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Quizá ya no tenga demasiado sentido continuar hablando de cuestiones relativas a la relación entre crítica de arte y comisariado de exposiciones. Por dos motivos: en primer lugar, por cansancio, desde mediados de los noventa ha sido un tema recurrente; y, en segundo lugar, porque algunos pensamos que, como profesión independiente, a lo del comisariado le quedan cuatro días. Básicamente, porque nunca ha sido una profesión sino una desviación o puesta en práctica de otros intereses. Es decir, que quien hace un comisariado de una exposición es alguien que tiene algo que decir: desde la crítica de arte, desde la historia o desde la investigación. Precisamente la pérdida de esos referentes, del hecho de que es un útil y no un fin en si mismo, y su reconversión en una profesión francotiradora (con estrellas, estrellatos y estrallados) es lo que la ha llevado a su paroxismo y a su ineficacia. ¿Quién va a querer seguir contando con vendedores de humo? Si una institución precisa servicios ajenos para desarrollar una exposición, llamará a un expecialista en el tema, no a un profesional en hacer exposiciones.

Pero, esta crisis paródica del comisariado como profesión daría para otro artículo o para un libro. Aún así, me gustaría recuperar brevemente la relación que tiene el comisariado de exposiciones con otro término en crisis, la autoría, y con un hecho de extremo pragmatismo: la declaración del IVA.

Durante mucho tiempo y para toda una generación que se formó antes de que apareciesen másters de comisariado, que aprendimos a hacer exposiciones haciéndolas, el comisariado no era otra cosa que la práctica de la crítica por otros medios (una rememoración de aquello de que la política es el arte de la guerra por otros medios). Así una exposición no diferiría mucho de una crítica o de varias. Como en la crítica, en el comisariado se ponen en marcha unas ideas, un criterio, se señalan unos artistas y se da un contexto de lectura. Si una exposición no difiere de una crítica, en realidad una exposición es un texto. Una exposición es un texto, un texto que se lee. Y, por lo tanto, depende de una autoría: de un autor que lo “escribe”.

Ahora bien, y aquí entra la cuestión pragmática, practicamente todas las instituciones artísticas catalanas y españolas tienen el hábito de dividir los honorarios de comisariado en dos partidas: elaboración de textos y comisariado. La primera partida no soporta Iva: lo que se paga son los derechos de autor y la autoría no soporta Iva en tanto que no se adquiere un valor, no se compra el texto sino los derechos de publicación de esos textos. Mientras que la segunda partida, el comisariado, sí incluye Iva. Aquí se considera que el comisariado es un trabajo, de la misma manera que la gestión o la reparación de la fontanería del local. Y el trabajo sí soporta Iva: se adquiere un valor, en este caso, la solvencia para gestionar una exposición.

Este hecho entra en brutal contradicción con la consideración del comisariado como una parte de la labor crítica, con la consideración de la exposición como un texto y, sobre todo, con con el hecho de que se trata de la obra de un autor. Lo que, por ejemplo, supone que el comisario/crítico/autor no tiene ningún derecho sobre su exposición, que esta puede ser modificada o cortada o puede repetirse o viajar sin ningún control por parte del autor.

Antes de establecer unas tarifas mínimas, antes de otras guerras en la política cultural, estaría bien aclarar los conceptos de cobro y honorarios, porque más allá de unas perrillas lo que está en juego es la autoría y la autoridad (no el poder), algo ya de por sí bastante desvalorado.


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