DAVID G. TORRES

Jeff XVI

en Bonart, núm. 111, enero 2009

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Jeff Koons en el Palacio de Versailles en París. No se me ocurre un lugar mejor en el que encajar la obra de Jeff Koons. Sarcástico hasta la médula: “Balloon dog” (el enorme perro hecho con globos hinchables reproducido en aluminio en violeta brillante) en la sala de Hércules; la escultura en cerámica blanca y dorada de Michael Jackson y su mono Bubbles en el salón de Venus; o “Ushering in banality” (un cerdo con dos angelitos y un niño oliéndole el culo en madera tallada) en el salón de Diana.

Ante la visita cobra todo el sentido la película de Sofia Coppola sobre Maria Antonieta. Y en especial los aspectos por los que más había sido criticada: la banda sonora con canciones de New Order, Bow Wow Wow y otros grupos de los ochenta; y una escena que casi pasa desapercibida, cuando la cámara pasea por las decenas de zapatos de la joven reina aun por decapitar, y entre ellos aparecen unas zapatillas Converse violetas. Un guiño del mismo calibre que el de Jeff Koons colocando sus objetos sobre la banalidad contemporánea en el espacio de aquella banalidad de la última corte francesa.

En medio de ese panorama, cientos de turistas se agolpan para ver la cama de Maria Antonieta, intentando recomponer un ligamen con el pasado, recuperar un trozo de historia perdida. En fin, explotando el valor aurático del pasado. El “aura” del que hablaba Walter Benjamin que, entre otras cosas, se caracterizaba precisamente por el puente que desde el presente lanzaban hacia el pasado las obras únicas. Aquí ese puente esta reconstruido enfáticamente por las obras de Jeff Koons: ese “aura”, el de Versailles, es el mismo que rodea nuestros objetos más banales.

La primera vez que expuso Jeff Koons en España fue en el “Arte y su doble” en 1987. Allí, sus aspiradoras encerradas en urnas y sus pelotas de baloncesto en suspensión compartían espacio con obras de Haim Steinbach: estanterías llenas de objetos banales como lámparas decorativas de esas que hacen burbujas de colores o botes de comida. Recuerdo que Haim Steinbach explicaba que su intención era actuar como un arqueólogo del futuro o un marciano que preparase un museo sobre los años ochenta. Así una estantería con lámparas de colores y un aparato de musculación ilustrarían la sala dedicada al espíritu (“Spirit”, 1987). Mucho de esa actitud está ahora en la exposición de Jeff Koons en el palacio de Versailles. En realidad, la exposición es del mismo orden que una que confrontase esculturas griegas a cuadros renacentistas, sólo que con un giro hacia el presente: la banalidad en el reino y la banalidad que reina.

Sólo se echan de menos las series con Cicciolina. Pero, claro, Versailles es para todos los públicos y las fotos porno de Jeff Koons con la estrella italiana desentonarían. También desentonarían porque en Versailles tan importante es lo que se muestra como lo que no. Al fin y al cabo, igual que frente a la cama de Maria Antonieta todos los visitantes seguro que pensaban en lo que haría y no haría allí y por eso yo pensaba en Cicciolina; también todo el recorrido está marcado por el hecho de que los que allí habitaban acabaron sin cabeza, justamente por como vivían allí. Y eso tampoco se muestra. ¿Por qué en Versailles no se pueden visitar las estancias del servicio y los trabajadores? Seguramente la respuesta está en Jeff Koons, y quizá ese es su comentario más sarcástico. Tómese como se quiera.


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