Monsieur Teste es un personaje creado por Paul Valéry que da tÃtulo a una serie de fragmentos de textos y notas que configuran una especie de novela. El tal Monsieur Teste es un tipo que es pura inteligencia y cuya única actividad a lo largo del dÃa consiste en pensar. Pero, en uno de esos fragmentos de texto hay una imagen que va más allá del intento de retrato de la pura inteligencia, una imagen que parece desbordar al propio Valéry sobrepasando su racionalidad enfermiza: Monsieur Teste pasa horas quieto, observando su mano que mueve levemente, que lentamente traza cÃrculos y figuras en el aire. Paul Valéry describe en esta imagen un abismo, un puente entre la mirada y el gesto en el que sólo dibuja, deja intuir una profundidad que abole el discurso. Tiempos lentos, espacios circulares y recÃprocos, dibujos en el aire que se trazan hacia dentro y desde dentro: no es que sobren las palabras, es que siempre faltan. Y esa es la virtud de Valéry: esbozar una imagen que siempre es mucho más, dibujar un hueco entre la mirada y la mano en el que perderse.
Monsieur Teste y Paul Valéry no nos servirÃan de nada para hablar de Yamandú Canosa si no fuese por esa imagen. Porque quizá sus obras operan en ese mismo margen, en ese mismo abismo. Ahà el discurso crÃtico y analÃtico tiende a sentirse ridÃculo. Claro, las palabras se quedan cortas, son siempre escasas y se cuelan por sus abismos, por esos agujeros en los que Yamandú Canosa recupera la pintura que habÃa perdido Lucio Fontana o por esas montañas cuyos contornos insinúan nuevas figuras.
La razón para esa pérdida del discurso (demasiadas veces entronizado en arte) es sencilla, en sus obras es el sujeto quién habla y es al sujeto a quién se dirigen. Como bien lo sabÃa Paul Valéry en las obras suceden cosas por delante y por detrás, establecen lÃneas de continuación y de implicación. Por eso el discurso crÃtico tiende a sentirse ridÃculo e inseguro, porque el verdadero hueco que dejan deberÃa ser para el discurso emocional. Esto podrÃa ser sólo una excusa zafia para no decir nada, podrÃa ser incluso un argumento reaccionario, pero como casi siempre todo depende más del cómo que del qué. Las obras de Yamandú Canosa no se camuflan en una emotividad o expresividad que todo lo justifique ni tampoco en un juego metalingüÃstico distante y racionalizador, esa inevitable presencia del sujeto es sutil a la vez que devastadora. Tiene que ver con la psique y no con la expresión, con el tiempo, la cadencia y la profundidad y no con la inmediatez.
Entre la mirada y la mano que gira levemente de Monsieur Teste el tiempo se detiene en extensión y se abre en profundidad, hacia la obsesión personal. Mientras, la imagen permanece en un estado de latencia, de vibración que desde una aparente inocencia incita a caer al abismo. En ese abismo es donde la obra de Yamandú Canosa puede hacerse turbadora. Un estado psicótico que demanda detención a la mirada, que recomponga ritmos y cadencias de instrumentos que suenan al fondo de la orquesta dibujados en los huecos del leitmotiv, que escuche los silencios que hay tras el ruido.
Ahà se produce la comunicación psicológica y ahà aparece ese sujeto extraño y turbador que impide hablar, que no se conforma con el eructo y que por eso es mucho más agresivo, mucho más demoledor, tanto como lo era el Angelus de Millet; igual de inocente en la mirada rápida e igual de peligroso en la mirada que distraÃda se detenga a mirar la figura sumisa del campesino, la acechante de la mujer y ese falso carro que esconde un cadáver de niño. Tampoco en el Angelus nada estaba escrito, habÃa que buscar entre los objetos y las cosas, todo aparecÃa por detrás del cuadro, a través de agujeros que se abren camino hacia la superficie, entre montañas que esconden retratos, en personajes indefinidos y anónimos al borde de un precipicio. Cortes en el tiempo, momentos de duda, fragmentos de historias por narrar en los que se dan ligeras claves de tensión.
Si Monsieur Teste se obsesiona consigo mismo, Monsieur Psico serÃa quién ofrece su obsesión, quién ofrece estados psicológicos. Es quién provoca un bucle en forma de espiral donde la mirada se pierde y el sujeto se escapa en profundidad a través de una lÃnea de visión, es el que presenta una mancha en la que no hay nada y, sin embargo, nos encontramos perfectamente retratados. Es quién al final se rÃe de nosotros y de sà mismo porque sólo se trataba de montañas y escaladores.