DAVID G. TORRES

Ivana Keser. Mi vida (no) es tu vida

en, www.mip.at, Museum In Progress, 2000

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Basta con nombrar la ética y la política para que una obra sea vista desde un ángulo comprometido. El ángulo que el comisario y crítico creo que ahora y hoy está en la obligación de desvelar. Nadie es inocente. Porque si no queremos desvelar y potenciar el carácter crítico, comprometido y político de una obra de arte, también estamos jugando un juego político… un juego probablemente reaccionario.

Reaccionario es pretender llenar los museos de objetos que no nos digan nada. Creo que estamos de acuerdo en no querer un arte que ocupe las salas vacías de un museo y nada más. Y creo que podemos estar de acuerdo en que el arte habla de nuestras vidas, habla del mundo y no precisamente para reafirmar lo que ya pensábamos sino para llevarnos a una situación de crisis, para cuestionarnos nuestra posición y todo lo que nos rodea. El problema está en el cómo.

Nicolas Bourriaud en “Esthétique relationelle” ha escrito sobre el final del espíritu revolucionario y el final de las utopías sociales en arte. Efectivamente, el arte de este siglo no ha provocado una revolución mundial y el mundo no es un lugar mejor para vivir pese a la multitud de obras con buenas intenciones que se han realizado. Tampoco el arte que ha buscado la denuncia explícita de una situación concreta ha salido mejor parado: la mayoría de las veces ha caído en lo panfletario y si no los mass-media y las instituciones políticas han sido lo suficientemente hábiles para asumirlo y neutralizarlo sin problemas. Bajo estos argumentos algunas personas han querido ver el fin del arte, de su posible compromiso. ¿Realmente es así, no quedan opciones y no hay nada a hacer?

Evidentemente, creo que no, que sí quedan opciones e Ivana Keser es un buen ejemplo del tipo de compromiso político que se puede hacer desde el arte. Su opción es más escurridiza y astuta, y actúa con cierta perversión. Es imposible contentarse con una simple descripción de la obra de Ivana Keser: fotografías combinadas con textos bajo un tratamiento de diseño gráfico que aparecen en publicaciones como este periódico y en publicaciones que ella misma realiza. En ellas muestra de manera alusiva una especie de retrato vital o de comentarios privados sobre la vida y su estar en el mundo. Ivana ya no nos habla de una utopía social absoluta (por su origen conoce mejor que nadie el fracaso de las utopías sociales), tampoco intenta denunciar no sé que situación concreta. Más bien, en sus textos e imágenes nos habla de una utopía privada, cotidiana, hecha a la medida de nuestras limitaciones; de la necesidad de construirnos nuestra vida a diario. El mensaje de Ivana Keser es crítico y ácido con nosotros mismos.

Lo importante de esa crítica y de esa acidez frente a lo social es que se dirige a nosotros, va de lo privado y personal hasta lo privado y personal. Se dirige al estómago con la intención de que el individuo tome conciencia de su propia individualidad.

He hablado de una estrategia perversa en la obra de Ivana Keser. Eso es porque el lugar para dirigirse directamente al individuo son las páginas de un diario. No un museo, sino en un mass-media intentando eliminar el mass para convertirlo en you and I. Ivana Keser trata de subvertir la mecánica de un diario; se aparta de las noticias para hacer de la propia supervivencia una noticia. Y es perverso porque todo ello implica introducir en la cotidianidad un virus que contagie la necesidad de construir conscientemente lo real día a día. Porque ¿qué es la obra si no tiene localización fija, si es volátil, si lo que hace es inflirtrarse en un medio ajeno para dirigirse directamente al individuo?. Y nada de ello tiene que ver con el anhelo de cambiar el mundo por completo, de proponer una revolución global… sería ingenuo. Sólo es una utopía privada, transitoria, limitada, suficiente para poder sobrevivir. En todo caso su anhelo es provocar ligeras modificaciones en la vida íntima de algunas personas.

Recientemente leía de alguien que el arte sirve para trascender nuestras miserias cotidianas. Creo que si Flaubert lo hubiese leído se habría puesto enfermo de cólera. Como él creo que el arte sirve para retratarnos, darnos un puñetazo en nuestra miseria y tomar conciencia de ella.

Y probablemente Ivana Keser nos habla del derecho a la indiferencia, a vivir y dejar vivir, algo que aquí y ahora puede ser políticamente fundamental.


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