Metrònom (Barcelona)
Video, danza, música, instalación y fotografÃa se dan cita en Queen of Tragedy, tÃtulo de esta última muestra de Erich Weiss en Barcelona. Un trabajo que se desarrolla desde la propia fascinación del artista por elementos de carácter sexual, erótico y mórbido del universo femenino. Asà dos ejes, historias o excusas son el detonante para su formalización. Por un lado, la figura arquetÃpica de las ayudantes de mago. Esas mujeres jóvenes que con sus movimientos y bailes desvÃan la atención del espectador mientras el mago ejecuta sus trucos. Son mujeres que forman parte del paisaje del escenario, meros instrumentos que, al mismo tiempo, son vÃctimas de sus trucos. Y por otra parte, una historia tan patética como ridÃcula, la de un hombre que en 1954 se dejó abatir a tiros mientras besaba con devoción la imagen de una cabaretera pelirroja a la que nunca llegó a conocer. Con ello Erich Weiss quiere evocar ese mundo de seducción, entre lo grotesco y lo obsceno, de cabaret rancio, en el cual se hace difÃcil localizar quién es verdaderamente el objeto y quién la vÃctima.
Más allá de que el artista haya conseguido ese objetivo, no podemos evitar que nos surja cierto recelo ante su obra cuando en el pequeño texto de presentación promete ofrecer al espectador "un paseo por el lado salvaje de la vida". Puede ser mucho pedir demandar una cierta predisposición frente a la obra; además de denotar una cierta ingenuidad (que, dado el panorama, no es mala cosa a reclamar), más que encontrar complicidad provoca cierta sospecha y desconfianza.
La fotografÃa ocupa un lugar destacado en la exposición, siendo el ámbito en el que más se ha prodigado este artista de origen belga; son imágenes de referencias porno, sin ser nunca explÃcito, recuperadas de un entorno mass-mediático de los años sesenta o setenta con un halo de refinado decadentismo. En ocasiones la imagen no sólo ha sido apropiada y ampliada sino sometida a diferentes cortes y relaciones de naturaleza instalativa. AsÃ, al lado de una fotografÃa algunos objetos son sacados de su interior y mostrados directamente, o bien se produce una prolongación de la imagen hacia el espacio real, queriendo poner en evidencia ese carácter de ciertas representaciones del cuerpo femenino en las que aparece como un objeto inmerso en el escenario. No hay en ello un ánimo despectivo sino, todo lo contrario, de fascinación por su poder de seducción.
Erich Weiss usa la imagen banal cercana a lo kitsch, la música "enlatada" y lo porno blando, sin querer poner en evidencia de forma explÃcita determinados mecanismos de la imagen y mucho menos un deseo de crÃtica, simplemente mostrando esa fascinación que ejercen en el artista. AsÃ, parece alinearse con aquellas propuestas que de un modo u otro quieren eliminar del arte necesidades pesadas, excesivamente densas o crÃpticas, optando por aproximaciones más directas. Evidentemente, esta estrategia tiene su reverso: es posible que la obra quede en el mismo plano de obviedad que ostenta sin ser capaz de sobrepasarlo. Reclamar esa eliminación de necesidades espesas debe partir de una extrema complejidad, o bien, y tal vez serÃa este el caso que nos ocupa, desarrollar una capacidad para crear relaciones desde lo que podrÃa quedar abocado a la vacuidad.
Las imágenes pornográficas retro han adquirido una cualidad mórbida de refinado erotismo. En ellas aquello que nos seduce es al mismo tiempo lo que detestamos. Imponen una relación de carácter voyeurÃstico con la obra, que bien podrÃa ser una bonita metáfora del funcionamiento del mundo del arte; porque probablemente aquello que más nos gusta es también lo que más nos asquea. A esto responde la utilización de imágenes de los años sesenta: es entonces cuando se produce su despliegue, su uso y abuso, y por tanto también es entonces cuando muestran todo su poder aún no desgastado (aunque podrÃamos preguntarnos hasta qué punto obras como las de Erich Weiss están condicionadas por una moda de lo retro). De alguna forma en sus trabajos ese poder se revierte en beneficio de la obra de arte, de ahà esa especie de encomiable ingenuidad que señalaba al querer llevarnos al lado salvaje de la vida. El problema es que (esta vez pecando de escépticos) ese poder de la obra de arte no es que se haya desgastado sino que probablemente nunca ha existido.