DAVID G. TORRES

Yaya Tur

en Lápiz, 143, Madrid, mayo 1998

Versión para imprimir de este documento Enviar la referencia de este documento por email title=

Espai 13, Fundación Miro (Barcelona)

Hace ya tiempo que la cultura de la queja se ha instalado entre nosotros. Es cierto que motivos no nos faltan y que mayoritariamente las instituciones artísticas del país dan la espalda a los sectores más activos y comprometidos del arte contemporáneo. Pero no es menos cierto que lamentándonos no arreglamos nada. Es más, puede ser una excusa para finalmente no hacer nada. Una excusa que puede ser grave si pensamos que la obsesión por la queja desplaza la reflexión sobre el arte y las obras para hablar de cualquier otro tema, y olvida aquellos lugares en los que se hace un trabajo intenso. Es el caso de la Fundación Miró de Barcelona. Todos los problemas que pueden acecharla, y que seguro son parecidos a los que se enfrenta cualquier centro de arte, se borran y se olvidan cuando lo único que importa es la coherencia de su programación.

Ferran Barenblit ha comisariado los dos últimos ciclos del Espai 13. En primer lugar, es preciso aclarar su posicionamiento como comisario del Espai 13, a fin de situar en su justo lugar las objeciones que se pueden plantear a la obra de Yaya Tur. Ferran Barenblit no es un crítico que comisaría exposiciones, sino que su trabajo se realiza desde dentro del museo, buscando una fuerte implicación con él. Así ha tratado menos de aplicar dirigismos estéticos y de la defensa de determinados artistas afines, como de generar trabajo desde el centro. Para ello es preciso un entendimiento profundo del lugar en el que se trabaja. En este caso ha sido necesario tener en cuenta la particularidad de la Fundación Miró como centro en el que el nombre de Miró es un reclamo turístico y, dentro de ella, del Espai 13 como lugar dedicado al arte más actual. La voluntad del comisario ha sido intentar neutralizar esos contrarios ofreciendo obras hacia las que el gran público se atreva a acercarse sin por ello hacer concesiones de discurso. En otras palabras, el Espai 13 es un lugar idóneo para plantear el problema del arte contemporáneo y el público.

Ante tal opción uno de los riesgos es caer en demasiado efectismo o que las obras tomen peligrosamente el aspecto de montaje de exposición temática. No ha sido el caso de ninguna de las muestras del presente ciclo y, sin embargo, ese peligro sí se advierte en la obra de Yaya Tur. Vías de cadencia es una instalación formada por una gran plataforma a modo de pasillo o terraza con barandilla, que parte de las escaleras que bajan a la sala y recorre unos metros elevada del suelo. Bajo la plataforma están proyectados varios suelos de diferentes texturas; sólo al pisarlos cambia la imagen fija y se inicia una proyección con cámaras de super-8 en la que avanzamos sobre un firme distinto. En principio la obra consigue desde la simple oposición entre imagen fija e imagen en movimiento una serie de metáforas extremadamente condensadas e intuídas. Es imposible pisar tierra firme, sino que cada paso implica movimiento. Por un lado asume nuestra incapacidad para atacar la realidad de una manera definitiva, casi como en el "principio de indeterminación" de Heisenberg, con sólo observar nuestro sujeto de estudio lo modificamos. Por otro, la vida es entendida como un tránsito continuo, movimiento generado desde una constante inquietud. Finalmente, en Vías de cadencia el espectador pisa diferentes suelos, pasea por las Ramblas y por otros lugares de Barcelona, y sin embargo el único suelo que se le niega pisar es el propio del Espai 13.

Pero el proyecto de Yaya Tur no acaba de cuajar. Probablemente la voluntad por negar alusiones específicas del trabajo se debe a que el juego metafórico es demasiado explícito o demasiado obvio. No porque parta de una extrema simplicidad de planteamientos (a lo que no habría nada que objetar), sino porque no explota múltiples capas de lectura. Vías de cadencia se queda justo al borde en el que podría haber desarrollado un camino desde la simplicidad hacia una complejidad enriquecida paso a paso. Ahí aparece el riesgo que corría el comisario al asumir el juego entre arte contemporáneo y público. Si la obra no consigue un elevado nivel de discurso el difícil equilibrio de la balanza se rompe, entonces el peso se desplaza hacia el mero efectismo. Es decir, si en el juego de acercamiento público sin hacer concesiones, de espectacularidad que asume la complejidad del arte actual, se pierde complejidad, quizá la obra no esté haciendo ninguna concesión pero puede parecer vacía. Esa condición dialéctica había sido precisamente la gran baza de la exposición anterior, El jardín de Liza Lou, que jugaba a descolocar constantemente los discursos, o de Ana Marín con la simplicidad efectiva de Sic Transit.

En Yaya Tur el problema de la adecuación demasiado precisa entre forma y contenido no es grave, pero la necesidad del artista por solucionar adecuadamente la difícil sala del Espai 13 lo acentúa. Y lo acentúan aún más los dispositivos técnicos de proyectores de diapositivas, cámaras super-8 y detectores de movimiento que acercan peligrosamente el trabajo a la simple atracción o curiosidad. Probablemente este es el precio del riesgo, el riesgo de pensar cómo funciona un determinado espacio, el riesgo de proponer artistas casi desconocidos, y que siempre es mejor que no haberlo intentado. Porque sin correr riesgos entonces sí que sólo nos quedaría la queja estéril, desapareciendo la reflexión sobre el arte y los artistas.


Creative Commons License

Espacio privado | SPIP