DAVID G. TORRES

Treintaitantos

en Bonart, núm. 159, junio-julio 2013

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En el gobierno español, en concreto desde el Ministerio de Trabajo, han venido diciendo en los últimos meses que en España no hay emigración juvenil. Según ellos lo que pasa es que como vivimos en un mundo global los jóvenes son aventureros y audaces. Vaya, que lo que pasa es que tienen ganas de conocer mundo. Supongo que como tenían ganas de conocer mundo otros tantos jóvenes que se fueron a trabajar a Alemania o Suiza en los sesenta y setenta. Tales aseveraciones no pasan la más mínima prueba, porque convendría preguntarse cuantos jóvenes extranjeros deciden venir aquí fruto de la movilidad y las ansias aventureras de la juventud global.

Amanda Cuesta en una entrevista que le han realizado en ArtsComing (artscoming.com) señalaba como la medida del fracaso de Barcelona es que no tiene capacidad de llamada, que no hay artistas o críticos o comisarios que decidan venir a instalarse aquí. No estoy muy seguro que eso sea novedoso, no recuerdo cuando Barcelona ejercía esa llamada. Lo que sí es nuevo es la falta de oportunidades para esa generación que ronda la treintena. Parece que se levanta una barrera frente a ellos que les impide realizar proyectos importantes, que están enclaustrados en la emergencia y en la obligatoriedad de trabajar con lo más próximo.

No pasó así con la generación anterior que, quizás en un contexto diferente, en plena construcción del sistema de las artes en España, pudo encabezar grandes proyectos. Por ejemplo, Manuel Borja Villel no tenía treinta años cuando se hizo cargo de la dirección de la Fundación Tàpies y no había cumplido los cuarenta al encargarse del Macba. No es un caso extraño que tenga que únicamente con su gran capacidad. Nuria Enguita estrenaba la treintena al hacerse cargo de la Fundació; Ferran Barenblit también cuando empezó a ocuparse del Centre d’Art Santa Mònica; y claro también estaba en la treintena Vicente Todolí al encargarse del Ivam. No son ejemplos únicos. Y también son aplicables a comisarios que con treinta años llevaron a cabo proyectos de exposiciones importantes con artistas de diversos orígenes en centros de arte y museos.

No pasa ahora lo mismo. No sólo las instituciones dirigidas por profesionales que accedieron a puestos de responsabilidad en la treintena parecen cerrados a acometer proyectos con (no tan) jóvenes comisarios o críticos, sino que simplemente no aparecen en ninguna lista de posibles cuando se abren concursos para la dirección de centros de arte y museos.

Pero, claro, estos no podrán ni lanzarse a la aventura global que proclaman desde el Ministerio de Trabajo porque su experiencia en centros de arte y en exposiciones no es competitiva con la de otros profesionales extranjeros. La pregunta que me asalta, es ¿de dónde sale tanta desconfianza? Sobre todo porque esta generación de treinta y tantos está mejor formada y mejor informada que aquella a la que pertenezco que tantos palos de ciego ha dado. ¡Qué corta es la memoria!


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