DAVID G. TORRES

La crisis

en Bonart, núm. 110, diciembre 2008

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Ya no hay dudas: estamos en crisis. La única duda es hasta cuando la aguantaremos. Y cómo afectará al arte. Las noticias desde Frieze no parecen muy alagüeñas y ahora toca esperar a ver que pasa en Miami Art Bassel este diciembre. Todo ello nos deja en un terreno de mayor incertidumbre. Sobre todo porque es inevitable pensar en otras crisis. En la de 1988 que dejo el mercado del arte realmente tocado. Tanto que inundó buena parte de los noventa. Entonces se decía que el arte era un buen baremo para medir las crisis, porque era al primer lugar al que llegaba. También fue el último lugar del que se marchó.

La historia debería servirnos para pensar el presente y aquella crisis podría dar pistas para pensar la actual. Pero aparentemente es difícil hacer la comparación entre aquella situación y la de ahora. Una situación que estaba marcada por el retorno a la pintura de los ochenta, por fenómenos como los neo-expresionismos o la transvanguardia italiana, con galeristas como Leo Castelli y compradores compulsivos como Donald Trump, por todo aquel tono festivo, la Movida en España, que rodearon a los ochenta.

Ahora, al contrario que entonces dicen que dada la escasez de oro y dado el valor voluble de las monedas el mercado de arte de grandes nombres se revitalizará o, por lo menos, no bajará. Esos grandes nombres pueden ser un valor seguro económicamente. Tampoco el mercado de arte parece venir de un momento tan espléndido e inflacionista como en los ochenta. Osea que todo está más seguro y, en cualquier caso, el batacazo no puede ser tan grande.

Pero esa línea de pensamiento no sé si verdaderamente hace una traslación adecuada entre la crisis de entonces y la de ahora. O, más bien, si quizás es una traslación demasiado explícita. Tal vez, se debería de hacer entre lo que significó o la significación que tuvo el mercado de arte en los ochenta y la significación que tiene hoy el mercado institucional del arte. A aquel papel central que tenían las galerías y el comercio, la inflación y la sobrevalorización de algunos fenómenos artísticos, hoy le correspondería la multiplicación de bienales por el mundo, los miles de centros y museos dedicados a arte contemporáneo, los comisarios barajando nombres y listas de artistas en terminales de aeropuertos internacionales...

En una tertulia en la Cadena Ser, Carles Querol, economista, explicaba que los indicadores de la crisis económica que se citan para hablar de la crisis -PIB, tasa de paro, índices bursátiles...- son indicadores de propios de la economía liberal y por tanto corresponden a la derecha política. Frente a ellos, decía, la izquierda debería pensar cuales son sus indicadores. Otros que correspondiesen con sus valores, quizá el grado de felicidad o de insatisfacción de los ciudadanos. De la misma manera, al pensar en la crisis y el arte también tendríamos replantearnos si los indicadores deben ser los del mercado. O deberíamos recuperar un lenguaje no económico, un lenguaje ligado a la crítica y al análisis. Tal vez ahí, veríamos que, como en los ochenta, la crisis también ha aparecido en arte antes que en cualquier otro sector. ¿A qué respondía sino el cansancio, el agotamiento y aburrimiento generalizado que provocó la visita hace un año a Documenta, Bienal de Venecia y Proyecto Escultórico de Munster? El remate y el efecto de ese aburrimiento sería una bienal vacía: la última bienal de Sao Paulo. No hay que esperar a Miami Art Bassel, para saber que la crisis está entre nosotros hace tiempo.


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