DAVID G. TORRES

Monsieur Psico pierde el tiempo

en Yamandú Canosa, Psico, Miengo (Cantabria); septiembre, 2000

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Durante días, el protagonista de El Castillo de Franz Kafka intenta desesperadamente llegar a un Castillo en el que le espera su nuevo trabajo; recorre caminos, pasa por casas y pueblos, pregunta a las gentes y siempre lo divisa en lo alto de una cima… pero nunca lo alcanza. El mismo Franz Kafka nos desvela el secreto: el camino que recorre el protagonista, sin acercarse tampoco se aleja. La solución a esa especie de paradoja es que el camino es circular: un círculo en cuyo eje estaría el castillo, que también es la meta. Meta figurada e inalcanzable. El paseante puede pasarse toda la vida caminando sin conseguir llegar jamás. Ese camino es un sí pero no. Recorrerlo es un derroche absoluto: una finalidad sin fin. Duchamp también trazó múltiples espacios circulares, de gasto infinito sin ganancia aparente. Su vínculo con el idealismo estaba ahí, sólo que él lo relacionó directamente con el sexo y con el onanismo. En fin, de lo que nos hablan esos trabajos es de una lógica que se escapa del utilitarismo. Quiero reivindicar esa tradición, porque aún es vigente. La sociedad actual, pese a todos los simulacros que algunos se empeñan en descifrar, se caracteriza, ahora tal vez más que nunca, por el mercantilismo y el consumo desesperado. Si al arte le queda en un sentido genérico algún lugar de resistencia, si puede aparecer como un bastión crítico es mostrando su oposición a ese carácter competitivo y utilitarista. Frente a ello está el derroche y la pérdida de tiempo.

El tiempo es un elemento imprescindible para hacer una obra, para pensar en un trabajo dilatado e intenso al que dar coherencia. He hablado de que el arte puede ser significativo como una actividad más o menos insurgente y, seguramente, resistente. El problema es que muchas veces el propio arte, los artistas y aquellos que trabajamos para el arte y los artistas nos dejamos convencer por esa vorágine mercantilista, de rapidez, inmediatez y objetos fungibles que se gastan una vez usados. No es el caso de Yamandú Canosa. Y en él, el tiempo derrochado no es cuestión baladí. De hecho esa reflexión sobre el carácter más o menos insurgente y resistente del arte no es algo meramente externo a su obra, sino que ocupa un lugar primordial en el interior mismo del trabajo, exigiendo tiempo y detención frente a sus dibujos y pinturas, y también de manera más directa plantea una crítica hacia esta realidad individualista, competitiva, consumista y derrochadora.

La serie de cuadros Gran Psico está llena de montañas inverosímiles, como icebergs rojos o azules que aparecen en medio de la nada, con grietas definidas o como una sombra china de color, con figuras y objetos que se adivinan entre las formas de una montaña. En esas montañas/icebergs, también aparecen escaladores cargados con fardos inútiles o con una canoa a cuestas. No se sabe si suben o bajan, pero están ahí en un esfuerzo enorme que no lleva a ningún lugar, en una tremenda pérdida de tiempo paradoja de nuestra propia existencia y de nuestro propio pasar. Metáfora existencial y crítica del tiempo que nos ha tocado vivir y de la sociedad contemporánea, pero que a la vez sirve para pensar en otras pérdidas de tiempo más juguetonas, optimistas y que sin duda forman parte también de nuestra existencia, de nuestra existencia psíquica.

Si el derroche en Duchamp se relacionaba con el onanismo y la soltería, en Yamandú Canosa tiene que ver con la psique. A ella ha dedicado el tiempo y su trabajo. En 1998 en una exposición en Holanda escribió al lado de un termostato de la calefacción la frase “A mind is a terrible thing to waste”. Algo así como es terrible malgastar el pensamiento, la psique, la mente o el espíritu. O bien, pobría ser que la mente, el espíritu o como queramos llamarlo es un derroche formidable. Ejercitar la psique implica un derroche de energías y de tiempo… pero esa es la materia de la que está hecha la vida; nuestros esfuerzos cotidianos por cargar con tremendos fardos a los que intentamos dar sentido y nuestros intentos por descubrir en los márgenes de lo dicho otros sentidos, algo así como adivinar en los huecos que dejan unas montañas el perfil de un pájaro o de un rostro. Sin duda trabajar en arte también supone entrar en un juego de derroches: si el arte está hecho de un material que es la vida, es porque implica derrochar infinitamente esfuerzos, ejercitar nuestro pensamiento, enriquecer nuestro espíritu a base de quiebros y retuecanos en los que el sentido aparece y desaparece para reparecer cargado de nuevos fardos con los que jugar infinitamente.

Así que aparecen varios derroches relacionados: uno, el materialista, propio de la sociedad contemporánea, con todas las mezquindades que la acompañan; y un segundo que se muestra crítico frente al primero, hostil a dejarse llevar, que se pregunta los porqués y se pierde hacia el gasto de nuestra propia sensibilidad, de nuestro propio pensamiento, de nuestra psique. El trabajo de Yamandú Canosa está lleno de “sí pero no”, de tal forma que lo que podría interpretarse de manera negativa como una crítica o cuestionamiento de la sociedad contemporánea puede convertirse afirmativamente en una reivindicación del derroche que representa nuestra vida psíquica y del arte como un lugar en el que ejercitarla.

Síes y noes presiden la serie de dibujos psico suite. Una mujer, un caballo y un hombre estirado?… Una silla libre, dos individuos, uno de ellos con una maleta?… Alguien que se tira al vacío o, tal vez, cae?. El interrogante al final de la descripción de cada una de estas situaciones que aparecen en Psico suite es imprescindible. Porque en todos los casos se trata de situaciones en suspenso, fragmentos de historias por narrar, en las que se dan ligeras claves de tensión sin solucionar. En ellas parece haber una tensión contenida, de una violencia que ha pasado ya o que está a punto de suceder. Aunque tal vez no es así y toda esa tensión sólo la generamos desde el interior de nuestra conciencia psíquica como espectadores. Es decir, es el espectador el que ejerce toda la responsabilidad en ver ahí donde no sucede nada una serie de claves de violencia, y es ahí donde la obra hace valer esa reivindicación del derroche de tiempo hacia el interior. Es preciso detenerse, mirar, perder el tiempo y continuar un trabajo cuya intensidad sólo insinúa.

Y todo eso puede suceder porque esas imágenes las reconocemos como propias, acumuladas en nuestro archivo mental. Imágenes de pesadilla, de sueño e imágenes arquetípicas, como la ciudad de Brujas ligada a Hansel y Gretel y todo el componente mórbido, infanticida y caníbal que acompaña al inocente cuento, o, más elemental, como el castillo imposible de desligar del fantasma. Inocentes arquetipos que pueblan de fantasmas nuestro imaginario, que rellenamos y activamos incesantemente.

Gran Psico C es el resumen, la imagen que se erige a sí misma como arquetipo que concentra todas las tensiones. Dos hombres en una canoa, uno todo negro está de pie, mientras que uno rojo cae de la canoa; y sin embargo no es posible discernir si uno está ayudando al otro evitando su caída o si en realidad lo está empujando fuera de su embarcación. Es imagen resumen por su contención, por su simplicidad. Primero una simplicidad gráfica, de imagen plana, directa y a modo de logotipo o de “psico-logo”. Y una simplicidad narrativa que está rayano lo absurdo, porque es que la situación es en sí misma absurda: ¿qué hace esa canoa?, ¿dónde está y a dónde se dirige? y ¿qué puede ser tan tremendo e importante para que sea preciso viajar en ella, para que no pueda caer alguien o para que sólo quepa uno en ella?. La intensidad y la concisión es lo que marca la distancia milimétrica que separa lo fútil de lo excepcional, lo absurdo de lo extraordinario y el ridículo del sentido del humor.

El camino de Kafka en El Castillo no sólo es una imagen metáfora del derroche de tiempo, también provoca una especie de suspensión temporal, de corte transversal y de espacio en el que abismarse. El esfuerzo de Yamandú Canosa es recuperar para el arte ese espacio de suspensión y de intensidad. Para ello se ha centrado en lo psíquico explotando para el arte aquella mirada aguda que descubrieron los surrealistas y que desvelaba en medio de la realidad realidades otras, distintas, que se abrían en profundidad, en la que lo inconsciente aflora al plano de la conciencia. Esa realidad plana se asemeja un espacio circular al que damos vueltas y vueltas tendiendo hacia un vértice que vemos pero no alcanzamos, el arte y algunos artistas se imponen como misión topografiar ese plano a fin de sobrepasarlo.

En vez de dejar que la pintura se escape por las grietas de un cuadro, que la mirada se olvide y prescinda de ella, Yamandú Canosa ha intentado recuperar la pintura; la materia de la pintura conceptual pero también física, la que se escapa por los agujeros y rajas de Lucio Fontana. En la serie Fontana, agujereaba la superficie del cuadro, para luego aplastar y presionar permitiendo que la pintura surgiera de detrás, se recuperase a un primer plano. En una obra de arte suceden cosas por delante y por detrás, cosas que van más allá del plano de la representación. O es que, tal vez, ese plano no es tan plano. Lucio Fontana provoca una serie de encabalgamientos en los que la reflexión sobre lo artístico y lo psíquico se solapan: la pintura que metafóricamente habíamos perdido por agujeros y grietas regresa y mana hacia fuera del plano representacional como una fuente, una fontana. La obra surge desde atrás y puede ser reveladora de una realidad otra, oculta e incierta; una realidad precaria que debemos construir y reconstruirnos a diario en una infinita pérdida de tiempo. Lo que sucede y lo que nos sucede no es plano sino que ocurre en profundidad.

Duchamp en su famosa conferencia “El proceso creativo” decía que una obra de arte es un proceso que concluye en la mente del espectador reiniciándose infinitamente. También podríamos hablar de algo tan sencillo como el intento de provocar una comunicación psicológica. La obra de Yamandú Canosa hace protagonista a esa mente, a ese universo psíquico, e insiste en abrir la obra en extensión y profundidad, en mostrar las posibilidades del arte para potenciar una mirada aguda sobre lo real, que vaya más allá de lo aparente, para que sigamos perdiendo el tiempo, para que sigamos jugando y obsesionándonos.


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