Tomar
los Blandos |
Las obras de Borja Zabala, Antonio Ortega y
Lluis
Alabern se alinean entre aquellas que han optado por posiciones
relajadas y cautelosas frente al trabajo artístico: en las
que
no se confunde contemporáneo con tecnología,
arrogancia,
rotundidad o contundencia; y en las que la dificultad del arte no es
reemplazada por actitudes seguras de sí mismas y de la
verdad
que enuncian en poses histriónicas o de estrella del
"rock&roll". Ante lo grandilocuente y la espectacularidad hueca
como artificios sobre la nada, oponen la duda frente al hecho
artístico, la dispersión, fragilidad o movilidad
de un
pensamiento aproximativo. La aparente humildad y sencillez formal que
muestran, parte de una amplia reflexión sobre la obra de
arte,
sus implicaciones, estrategias y definición, especulando un
posible lugar para su supervivencia, sin que ésta dependa ni
del
tamaño ni del peso (en quilos). Desde perspectivas
distintas,
Borja Zabala, Antonio Ortega y Lluis Alabern han aceptado la
imposibilidad de obtener soluciones definitivas para el arte y la
necesidad de operar desde márgenes más estrechos
que
asuman su complejidad. Márgenes que transitan por los
caminos de
un "nihilismo inofensivo", de lo "doméstico" y la
"prudencia". Nihilismo
inofensivo El rojo y el verde indicativos del estado
mercantil de
las obras en una galería, el vacío de Yves Klein,
Pharmacie de Marcel Duchamp: las referencias se yuxtaponen y condensan
en la obra de Borja Zabala. En la serie de Fotoperformances el artista
aparece en actitudes irónicas o de mofa con una camiseta de
las
que todos los museos tienen a la venta, concentrando en una, dos o,
como máximo, tres fotografías el repertorio
alusivo de
una performance; en los Neopuntillismos –dibujos hechos con
puntos
adhesivos rojos y verdes– parece declarar que la
única nueva
vanguardia es este neopuntillismo regido por el valor de mercado de las
obras. Todo el juego de referencias yuxtapuestas parecen destinadas a
hacer efectiva una denuncia crítica del "establishment"
artístico, mediante el uso del chiste y el ingenio. Sin
embargo,
justo ahí es donde podemos entrever que en Borja Zabala no
existe tal actitud denunciativa. La crítica y la denuncia parten
de la voluntad y
el convencimiento que se pueden cambiar las cosas, algo que se
contradice con el verdadero sentido del humor que siempre surge de un
profundo escepticismo. El rey de las fiestas era una acción
dramática fruto de la conciencia de que el trabajo
artístico queda abocado a la nada. En la
instalación
Dominó, la posible importancia de ese trabajo queda perdida
y
diluida como piezas del juego de mesa en las que se apoyan
cuñas
de madera para bastidores formando un circuito. La fuerte
formalización referencial e irónica, lo "lleno" y
condensado de Borja Zabala, acaban conduciéndonos siempre al
absurdo, al vacío. Ironía y chistes
escépticos, denuncia sin
voluntad denunciativa, en fin, nihilismo inofensivo: consciente de la
derrota, el único espacio que Borja Zabala encuentra para
seguir
trabajando en arte es el propio arte. En definitiva, la
operación fundamental que ha llevado a cabo en sus obras
consiste en haber introducido en el interior de la obra aquello que
permanece en su exterior; lo que queda al margen, su marco, elementos
que forman parte del "establishment" y referencias a otras obras,
intervienen en su misma forma.
Gran parte del trabajo artístico
de Antonio
Ortega se basa en la utilización de plantas y animales.
Pero, en
la elaboración de una comida hecha con "frutos" del Macba o
en
la recogida de malas hierbas en el mismo museo y su posterior
representación según estrictas leyes
académicas
(Virgultum) hay mucho más que subversión
irónica;
mucho más que un juego de referencias históricas;
y
más que hacer de los elementos vivos un desencadenante de
asociaciones simbólicas. Antonio Ortega reduce las
dimensiones
de los grandes discursos en arte, los interioriza y los recupera hacia
un entorno doméstico. Doméstico porque en sus obras
todo sucede a
pequeña escala, lo que asoma, lo que nos ofrece y lo que
vemos
es sólo el rastro de un intenso trabajo realizado de puertas
adentro. Son obras desconcertantes de bricoleur, de pequeño
aficionado a la botánica o de niño torturador:
que
castiga a una serie de plantas de la misma especie a recibir luz desde
un único punto o las somete a luces de diferentes colores
(En
interior, 1 y En interior, 4); que obliga a otra a crecer atenazada por
un largo tubo de cartón para, después de meses en
busca
de la luz, sustraerle repentinamente el cartón provocando su
muerte en segundos, aquello que la torturaba era también lo
que
la hacía vivir (Registro de ahilamiento). Análisis de los comportamientos
de plantas y
animales, posible metáfora del comportamiento humano pero,
también, un trabajo en proceso constante en el que la
anhelada
unión entre arte y vida ha sido solucionada asimilando el
trabajo artístico a la actividad cotidiana. Antonio Ortega
convive con sus obras, le acompañan y son
portátiles como
el tubo de espuma de afeitar que espontáneamente puede
devenir
una pequeña expansión de Cesar (Escultura
condensada).
Las plantas, los animales o los objetos son un útil para
realizar una práctica artística
doméstica y
cotidiana, en la que los problemas del arte se discuten cada
día
sobre la mesa de la cocina.
En el trabajo de Lluis Alabern se dan cita
algunas de
las preguntas que hemos visto planteadas en la obra de Borja Zabala y
Antonio Ortega. Por un lado, hay una cierta opción
crítica. En este caso es una crítica soterrada,
que
quiere ser efectiva enfrentándose a los discursos
grandilocuentes en arte con la prudencia y la duda. Por otro lado, la
respuesta que nos ofrece ante el actual panorama artístico
es la
del trabajo diario, minucioso y de investigación en el
taller. Lluis Alabern realiza intervenciones leves
y puntuales
o pequeñas piezas que se caracterizan por su ligereza e
inestabilidad, por sus materiales frágiles y poco duraderos:
un
laberinto de pasta dentrífica de diferentes colores
(Alfombra de
pasta de dientes); diminutas piezas de cera nacarada resultado de
rellenar huecos entre los dedos (Espacios digitales); esculturas de
madera obtenidas a partir de una raíz (Mujer) o de una rama
(Brazo). Obras mínimas y sutiles que pueden pasar
desapercibidas, pero que parten de una mirada en profundidad sobre la
realidad y que requieren que esa misma mirada aguda vaya más
allá de lo obvio hacia lo sutil. Ahí explotan sus
cualidades poéticas y evocadoras: al descubrir el olor dulce
que
inunda el ambiente de la Alfombra de pasta de dientes, los surcos de
los dedos grabados en Espacios digitales o la tosquedad perversa de las
esculturas de madera. Aproximaciones prudentes a la obra de arte
desde la
observación y la reflexión sobre referentes
artísticos como Brancusi, en concreto sus fotos de estudio.
En
esas fotos, de manera parecida a Rodin, sus obras aparecían
insertas en un proceso de trabajo de múltiples variaciones.
Las
pequeñas esculturas de Lluis Alabern y sus intervenciones
también entran en un juego de permutación
constante con
el uso de la fotografía. La fotografía de la obra
es al
mismo tiempo documento (para aquellas efímeras) y obra. En
el
último caso es un lugar para la experimentación
en el que
las piezas quedan enfrentadas a diferentes entornos (la raíz
clavada en medio de un campo o la huella digital ampliada muy por
encima de sus dimensiones reales). Los trabajos de Lluis Alabern se abren
desde la
reflexión sobre el pasado hacia un lenguaje de extrema
contemporaneidad basado en una obra en constante desarrollo, fruto de
un pensamiento aproximativo, que avanza dubitativo, a retazos,
prudentemente. Ésta es la forma que tiene el artista de
entender
la complejidad del arte contemporáneo, sin buscar
soluciones,
sino planteándose y planteando preguntas.
En uno de sus artículos, Donald
Kuspit hablaba
del "artista suficientemente bueno"i como aquel que, consciente de la
inmutabilidad del mundo y de la imposible salvación del "yo"
a
través del arte, actuaba con astucia entre ambos
construyendo
desde la complejidad una obra a escala humana. Posiblemente este es un
modelo de artista al que se adaptan Borja Zabala, Antonio Ortega y
Lluis Alabern: esforzados por hacer un arte habitable (más
bien
un anhelo en Borja Zabala), que no sobrepase sus dimensiones de
individuos. Habitabilidad, dispersión,
perplejidad, "work in
progress": un arte más partidario de Albert Camus cuando en
Noces escribía "tout ce qui est simple nous
dépasse" que
de lo que nos sobrepasa pero es demasiado simple. La prudencia que
puede ser agresiva, la ironía y la crítica
directa que
puede ser escéptica, las torturas que son un juego de
niños: estrategias en las que el sentido de la obra se
retuerce,
se nos muestra esquivo y se escapa más allá de
toda
obviedad. Si la complejidad es la cara de la moneda, la cruz es la
hermenéutica. Allí donde el despliege de sentidos
de una
obra no se cierra, sino que desde lo mínimo y lo puntual,
desde
lo extremamente condensado, se abre hacia nociones complejas.
David G. Torres |